La Costa Azul o Riviera Francesa es la zona compuesta por las localidades de: Cannes, Niza, Saint Tropez, Saint Raphael y el Principado de Mónaco.
Es un centro turístico mundial de los más importantes y hay que decirlo, de los más lujosos. Un dato no menor es que tiene un clima muy bondadoso lo que ayuda a que tenga turismo todo el año.
Conocí la Costa Azul en el año 2010, en un viaje en el que necesitábamos bajar las pulsaciones después de haber visitado grandes capitales europeas y la idea de un atardecer mirando al Mediterráneo era un sueño.
Lo cierto es que pensamos que pasar por una zona costera más relajada antes de volver a casa nos haría bajar a tierra.
La Costa Azul fue todo menos bajar a tierra.
Llegamos a Niza desde París y alquilamos un auto, la idea era recorrer todos las localidades costeras pero tener la base en Niza que era económicamente posible.
El primer día salimos a recorrer un poco Niza y nos encantó todo. Si bien no tiene grandes museos ni grandes monumentos, su historia es muy rica por haber pertenecido a varias administraciones, la mezcla de arquitectura italiana con sus callecitas enroscadas y el impresionante desarrollo del último siglo le da una impronta moderna y notablemente sofisticada.
Niza es exquisita, refinada pero sin excesos.
En líneas generales la gente es amable y el acontecer de la vida es relajado.
Al día siguiente salimos para Mónaco, son un poco más de 20 km por la costa.
El paisaje del camino es alucinante, siempre con el Mediterráneo a mano derecha, aconsejo ir despacio para disfrutarlo más.
Llegamos a Mónaco y la primera impresión es: “Es el circuito de Fórmula 1!!!”
Si, es tal cual, las calles de Mónaco son en sí mismas el circuito del Gran Premio de Mónaco, ni más ni menos.
Mónaco es muy chiquito, apenas 1,9 km2, tiene el índice de pobreza más bajo del mundo y el mayor números de multimillonarios per cápita de un total de 36 mil habitantes. Tiene el mayor PBI nominal per cápita, la mayor esperanza de vida con 90 años y su tasa de pobreza es de 0%. Cómo suena?
Suena como se ve, un paraíso pequeñito, un mundo fuera de este mundo.
Sería injusto describir los lujos con los cuales conviven las personas porque es irreal, no es de acá, no es de verdad, es hasta escenográfico en algún punto.
Después podemos discutir si los yates son de las Islas Vírgenes y si los Lamborghini son propiedad de tal o cual y apostrofar los excesos. Yo lo vi y lo viví como puedo experimentar una obra monumental en donde te dejan ser protagonista por un rato.
Paseamos mucho sacamos fotos y nos fuimos a tomar unos tragos frente del famoso Casino y del Hotel Paris. Sorprendentemente no resultó más caro que otras ciudades y nos pasamos unas horas viendo pasar los autos lujosísimos y a la gente hablando en todos los idiomas y a los ciclistas del tour de france (en serio), y la verdad que pasamos una tarde muy placentera en otro planeta.
Al día siguiente decidimos ir más allá. Pasamos por Mentón, Ventimiglia y San Remo.
Solamente el paisaje desde las autopistas que bordean el mediterráneo es asombroso.
Por un lado las laderas sembradas y las casitas blancas y rojas, y para el otro el mar intensamente azul y los puertos (y más yates).
Las autopistas están en muy buen estado, lo loco es que uno va ateniéndose a todas las reglas principalmente porque no queremos una multa, y de la nada un italiano a 3 mil por hora en una Ferrari te pasa parado, y bueno…es así.
Andando y andando pasamos la frontera con Italia y llegamos a Génova, cuna de Cristóbal Colón.
Bienvenidos a la realidad. No nos gustó mucho.
Es una ciudad portuaria venida a menos, supo ser un imperio económico de la talla de Venecia, pero lamentablemente no corrió la misma suerte.
Si hubiéramos tenido un poco más de tiempo podríamos haber llegado hasta Cinqueterre sobre la Riviera Italiana, otro lugar que quedó en carpeta, pero hasta ahí llegamos, así que estuvimos andando a pie por Génova solo un ratito y decidimos volver no muy tarde a la irrealidad de la Côte d’Azur.
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