Hace unos meses les contaba cómo tras los pasos de la novela de Umberto Eco, Número Zero, había recorrido Milán y descubierto el inquietante Osario de la Iglesia de San Bernardino alle Ossa.
No fué el único sitio que se desprendía de su relato marcado en mi hoja de ruta pendiente de conocer casi como un mandato ineludible, de hecho la novela en mis manos se convirtió en una especia de guía de turismo de lujo.
En aquella oportunidad se trataba del escenario en donde se develaba un secreto que quebraba todo el relato, en esta oportunidad era la escena de un crimen.
“Es la via Bagnera, la calle más estrecha de Milán, aunque no es como la rue du Chat-qui-Pêche de París, por la que apenas pueden pasar dos personas a la vez. Se llama via Bagnera, pero antes se llamaba stretta Bagnera, y antes aún Stretta Bagnaria, porque había unos baños públicos de la época romana.”
Como bien dice Eco, es la calle más estrecha de Milán, no porque no haya pasajes más angostos, ésta es una calle por la que puede circular un auto y está habilitada para ello, eso sí, la chapa y la pintura corren por tu cuenta.
El nombre se lo debe justamente a la existencia de baños públicos en la época de los Romanos pero se hizo famosa en el siglo XIX ya que quien es considerado el primer asesino en serie Italiano, Antonio Boggia, fue apodado “El Monstruo de la Via Bagnera” puntualmente porque actuaba en esa zona (lo de “Monstruo” se lo debe a que mataba a hachazos).
Además de saber que es una calle que existe desde la época de los Romanos, que fue escenario de brutales asesinatos y que además es un pequeño secreto de Milán, todo en el relato de Eco hace que cada vez que se menciona la pequeña calle a uno se le ponga la piel de gallina.
“Siguió contándome sus historias mientras paseábamos y, qué casualidad, llegábamos a la via Bagnera, como si lo tétrico del lugar se acomodara a la naturaleza mortuoria de su relato.”
La Via Bagnera es un escenario ideal para el misterio, es zigzagueante, estrecha, silenciosa y poco iluminada, a pesar de sus poco más de 100 metros de longitud es imposible ver de una punta a la otra, no hay puertas a la calle, las paredes están grafiteadas y tiene unos nichos que sirven de refugio por si pasa un auto y que la gente sigue usando como baños, pese a que no está permitido.
Confieso que no pude evitar sentir escalofríos.
“La verdad, no me creía tan miedoso, y me daba vergüenza que Maia me viera en ese estado (bien, me decía, ahora me deja plantado también ella), pero tenía siempre delante de mis ojos la imagen de Braggadocio boca abajo en la via Bagnera.”
NdR: Esta nota la escribí unos días antes de saberse la triste noticia del fallecimiento de Umberto Eco para quien no tengo más que palabras de admiración y agradecimiento desde mi modesta gramática natural.
Gracias por llevarme de viaje por tus libros y gracias por ser mi guía en la ficción y conducir mis pasos en este experimento, casi sin querer, en la vida real.
Nos quedará la palabra.
Hasta Siempre!
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