Todos hemos visto alguna vez una fotografía de viaje que nos ha inspirado, que hemos admirado y que, quizás, nos ha dado un poco de envidia, porque es posible que también hemos intentado conseguirla y no hemos podido.
Mares cristalinos, lunas mágicas, montañas de mil colores o imponentes monumentos fotografiados con gran pericia, buenos equipos y algo de suerte, hacen que nuestras fotos casuales, improvisadas o no tanto, parezcan, en comparación, deslucidas o poco atractivas.
Este resultado sumado a la exigencia de mostrar en las redes sociales esa foto perfecta que represente tu felicidad en toda su dimensión, hace que muchos viajeros se sientan frustrados con sus álbumes fotográficos e intentos de foto perfecta.
Recuerdo que para principios de 2020 muchos de mis contactos de Instagram se esmeraron muchísimo en darle la bienvenida al nuevo año posteando fotografías suyas, es decir de sus personas, en contextos hermosos. La mayoría eran fotos de viajes con rostros sonrientes y paisajes preciosos, deseándonos, desde su visible felicidad, porque uno siempre es feliz cuando está de viaje, un hermoso año a todos. Luego pasó lo que todos ya sabemos y el 2020 dejó más sabores amargos que dulces, pero eso no tiene que ver con el punto de mi relato.
En aquel momento, y para no ser menos, busqué en el álbum de mi último viaje de 2019 alguna fotografía que estuviera a la altura de mi felicidad y mis buenos deseos, y no me convenció ninguna, salvo una que me emocionó particularmente al volver a verla, pero la había sacado yo, por lo tanto yo no aparecía en la foto, es decir, era una foto mía pero no de mí. Yo no estaba sonriente transmitiendo mi felicidad sencillamente porque yo no estaba en esa foto.
Sin embargo a mí me daba mucha felicidad verla y decidí postearla (ver debajo)
La acompañé con la frase que dejo debajo de la foto en cuestión, que hoy por hoy creo que redactaría de nuevo, pero debo admitir que no estaba tan preocupada por la redacción.
“Quiero terminar el año con una foto mía pero no de mí. Me gusta porque me acuerdo muy bien de ese día. Nos levantamos muy temprano, hicimos un montón de kilómetros, llegamos con calor, algo cansados, salimos a ver y hacer todo lo que se supone que hay que ver y hacer, y ya para el atardecer, y los que me conocen saben que soy fan del atardecer, solo quería sentarme a ver cómo el sol se iba hasta el día siguiente.
Esa foto no soy yo, pero es un instante en donde yo fui felíz, y con eso me basta.”
Varias cosas, pero fundamentalmente dos.
Las fotografías actúan en nuestras mentes como un ícono plástico, es decir, como un significador. Una foto es un relato y todos los elementos que la componen tienen algo para contar. Tanto es así que podemos sentir por medio de una imagen mucho más de lo que vemos a través de los ojos. De este conjunto de significaciones, sumado a la técnica y la creatividad, es de lo que se sirven los fotógrafos para lograr esa tan buscada perfección.
Por otro lado, y para mí más importante, una fotografía nuestra, indistintamente si estamos en ella o no, cuenta una historia más allá de los agentes significantes de la teoría y actúa como una ventana hacia un momento y un lugar específico, a lo que captamos con nuestros sentidos en ese instante, a eso que vivimos y al recuerdo de las personas que estaban a nuestro lado, es decir, lo que vemos cuando miramos una fotografía nuestra es un fragmento de nuestra vida a la cual nos transportamos inmediatamente con todo ese conjunto de sensaciones.
Con esas ideas sobre la mesa ¿podríamos asegurar, entonces, que la medida de la perfección en una foto no es la imagen que puede conseguir la cámara sino la felicidad que esta nos hace sentir? Si.
La foto perfecta de tu viaje existe y seguramente ya la has sacado. Es esa que quizás no tenga el mejor ángulo ni la mejor luz, pero que te hará feliz cada vez que la veas.
No nos volvamos locos queriendo correr la carrera de la popularidad en las redes con fotos perfectas que no lo son. Esa que sacaste mil veces hasta el fastidio haciendo contorsionismo y con una sonrisa que no te la cree ni tu madre (créanme que se nota), esa que solo sacaste para alimentar tu vanidad y que no te recuerdan a nada ni a nadie, ni te dan felicidad. Para qué?
Creo que hemos llegado al punto en donde, tal vez, ya nos hemos cansado de tantas fotos de viajes repetidas y vacías de historias. Si es así, entonces sean bienvenidas las fotos que cuenten historias bellas, como esa que atesorás y tanto te gusta cada vez que la mirás, porque en el fondo sabés, que es la foto perfecta.
Agradecimiento especial a Ignacio Izquierdo, quien ha tenido la generosidad de darme permiso para utilizar varias de sus fotos en este post. Ignacio vive en Madrid, es fotógrafo profesional y además escribe sobre viajes. En su web https://www.ignacioizquierdo.com/blog/ pueden encontrar historias bellísimas ilustradas con fotografías estupendas, o fotos estupendas acompañadas de relatos bellísimos.
Gracias!
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