Santa Sofía – Estambul
Hace un tiempo les había contado algunas cosas sobre mi paso por Estambul, que si bien fue de apenas una semana, fue increíblemente enriquecedor en muchos aspectos.
Así fue como les hablé del Gran Bazar, La Mezquita Azul, el Palacio Topkapi y el Dolmabahce y algunas otras delicias turcas.
Me faltaba escribir sobre Santa Sofía, que a mi criterio completa el quinteto imperdible de esta ciudad tan fundamental en términos históricos y culturales.
También llamada Hagia Sophía o Casa de la Divina Sabiduría, es ciertamente una de las catedrales más grandes y antiguas en pie y definitivamente un hito arquitectónico ya que hablamos de la obra más importante y espléndida del arte bizantino.
Además, y esto lo digo yo, tiene una de las cúpulas más hermosas del mundo.
Pese a tanta objetiva belleza y espectacularidad, la historia detrás de este lugar me parece mucho más fascinante.
Originalmente, desde el año 360 hasta 1453 (caída de Constantinopla, hoy Estambul), sirvió como basílica patriarcal ortodoxa católica, pero luego de la conquista otomana el edificio fue transformado en mezquita, manteniendo esta función hasta 1931. Es decir, le pusieron cuatro minaretes y disfrazaron de mezquita a una iglesia católica convirtiéndola en la más importante de Turquía por más de 400 años hasta la construcción de la Mezquita Azul.
En 1935 fue convertida en Museo y así es como la podemos ver hoy.
La transformación también incluyó el tapar las imágenes católicas con otras del rito musulmán, algunas de forma definitiva y violenta, y algunas otras, gracias al buen criterio del artista, fueron solamente tapadas con capas de materiales que conservaron las imágenes por 500 años y se repintó y decoró encima sin dañar el original.
De esta forma hoy podemos ver las capas de lo que fue y de lo que era, y saber que quien lo hizo de esa manera respetó la religión original para que eventualmente alguien pudiera rescatar las imagenes del pasado, para mi, es una genialidad.
En el interior lo primero que impresiona es la altura y el tamaño de la cúpula de 56 metros de altura y 33 de diámetro, las interminables columnas de mármol y los tan bellos y característicos mosaicos bizantinos.
Al entrar solo hay que levantar la vista para ver el que es quizás el mosaico bizantino más famoso del mundo: el Cristo pantocrátor, que está encima de la puerta principal y es mucho más grande de lo que me imaginaba.
Unos enormes medallones grabados en oro con letras árabes custodian los laterales principales. En ellos se grabaron los nombres de Alá, Mahoma y los califas de la época, por si queda alguna duda de quién manda aquí.
La arquitectura de Santa Sofía es de una belleza pocas veces vista y fue inspiración para la construcción de otras mezquitas, pero sobre todo, y esto es porque los sultanes se medían por las mezquitas que construían, sirvió de vara de medición para las posteriores construcciones, digamos que elevó el standard tan alto que lo que vino después tenía que superarlo ya sea en lujo, tamaño o diseño.
Por fuera no es tan atractiva como la Mezquita Azul, pero por dentro es mucho más impresionante y gracias o pese a que fue un lugar de culto de dos religiones diferentes y podemos ver en todas partes un pedazo de cada una, no hay nada que desentone ni esté fuera de lugar.
Este ensamble tiene algo mágico y es lo que a mi más me gustó por lejos, que no habla de una religión sino del poder de la fé humana.
Es un compendio espiritual y no importa si tiene nombre o apellido, si es Alá, Dios, Cristo o Mahoma.
Santa Sofía es tan mística en su esencia que se siente como un ícono monumental de la religiosidad del ser humano, que excede tiempo, espacio y creencia.
Sin embargo, siendo que Santa Sofía hoy es un museo y no un lugar de culto religioso, dicen que no está dedicada a ninguna fe en particular.
Créanme que solo es necesario poner un pie adentro para darse cuenta de que está dedicada a todas a la vez.