Un año recorriendo millas
Hace unos días se cumplió un año desde que publiqué el primer post en Las Mil Millas.
Un año no es mucho, pero nunca nada es mucho, o si?
Fueron 365 días, 125 notas recorriendo lugares, conociendo gente, costumbres, arte, comidas, idiomas, opinando, aconsejando, abriendo y condensando ideas, acercando lo que está lejos y poniendo en perspectiva lo que tenemos delante de los ojos.
Nunca pretendí ser un referente de nada, creo que ya es una filosofía de vida: con lo que tengo hago lo mejor que puedo, y habrá quienes hayan recorrido más lugares, quienes tengan más experiencia en algún área y hasta quienes tengan más instrucción académica, no me desvela tampoco tener una retórica ilustre, aunque trato de que mis textos tengan una construcción decente, claro está.
Pero todo empieza por algo, verdad?
La versión edulcorada del principio de Las Millas (yo le digo Las Millas) tiene que ver con mi pasión por viajar, no por el hecho de viajar, si no por el hecho de conocer.
Ya les conté de mi pánico a volar?
Mis ganas de conocer más allá de lo que pueda ver fue siempre más fuerte que el miedo desproporcionado de estar suspendida en el aire en un tubo de dentífrico, y mi pasión por transmitir qué se siente saber que no hay lugar demasiado lejos hizo que mucha gente me animara a dar los primeros pasos en la escritura.
La versión barroca tiene otra génesis.
Hace unos años sentí que la vida me había llevado por un camino en donde era más facil acostumbrarse a estar bien que animarse a sentirse bien.
Es la tan conocida inercia del día a día, es aceptar un estado de quietud, una rutina bien entendida, simplemente dejarse llevar por la corriente que no lastima siempre y cuando no vayas en contra.
Así me encontré pensando cómo podrían ser los días que vendrían y me di cuenta de que iban a ser todos muy parecidos hasta que ya no tuviera la voluntad de hacer algo diferente porque de todos modos estaría bien y no existiría motivo para cambiar, pero nunca me iba a sentir bien porque simplemente no iba a haber hecho nunca lo que yo quería sino lo que la vida hubiera determinado para mi.
Así fue que un día decidí hacerle trampa a la vida y, sin que se diera cuenta, empecé a hacer cosas para lo cual no había nacido pero que me harían sentir muy bien, entre ellas, escribir.
Hace un par de días fue el día del periodista y casi de casualidad terminé en una entrega de premios al periodismo cultural, donde en cambio de premiar al periodista se premiaban notas.
Uno de los ganadores estaba muy sorprendido porque habitualmente no abundan premios a los periodistas y mucho menos a notas en particular.
Este periodista contaba que trabajaba para varios medios y que cobraba por cada nota que escribía, por lo tanto cuanto más notas escribiera, más ingresos tendría.
En este contexto, utilizó una metáfora que fue muy ilustrativa, dijo que sus notas eran como ladrillos que un albañil colocaba en una pared y por los cuales el albañil no espera un premio porque solamente hace su trabajo y es remunerado por ello, pero si alguien le reconocía que el ladrillo estaba bien puesto entonces el albañil se pondría contento.
Me pareció una gran comparación pero honestamente no le creí, no porque no crea que haya quienes escriben tipo máquina de hacer chorizo, en este caso de apilar ladrillos, sino porque no concibo la idea de que se pueda escribir sin querer conseguir algo de quien te lee.
Así que, con esa convicción, acá estoy yo hace un año escribiendo para quien quiera leer, y agradezco cada comentario, mail y mensaje que me mandan (son también premios inesperados) y a cada uno de los que me alentaron a construir Las Mil Millas.
Tengo la misma misión desde el primer día, que quienes lean disfruten como yo descubriendo y conociendo algo más del mundo.
Quiero solamente que te vayas a dormir esta noche sabiendo algo más que esta mañana.
Vamos adonde quieras ir. Yo te llevo!