La Peste no era una metáfora, era un espejo

La cuarentena por la pandemia del Covid-19 nos puso a reflexionar sobre el modo de reorganizar nuestras vidas en un contexto absolutamente desconocido y a imaginar los posibles escenarios de un futuro más incierto que nunca, y aunque la frase es un cliché, nunca la sentimos tan real, la incertidumbre se volvió costumbre.

Al principio, no fueron pocos los que elevaron la voz diciendo que Albert Camus había predicho los estadíos de esta pandemia en su libro La Peste, y que bien podría tomarse como una especie de guía de todo lo que nos iría a suceder. Muchos quienes habíamos leído el libro hace años o quienes no lo habían leído nunca, aprovechando que la editorial publicó por primera vez en el mes de abril la edición digital en castellano, hicimos de La Peste el boom literario de la pandemia, y he de decir que no le falta mérito para serlo.

Hago una brevísima introducción del autor y de la obra para poder avanzar sobre algunos conceptos.

Albert Camus (1913-1960) fue un escritor y filósofo, intelectual y periodista francés del siglo XX. Luego de la segunda guerra mundial, junto con Sartre, pero en una corriente filosófica diferente, se convirtió en un personaje más influyentes en el debate público. Su pensamiento estaba en las antípodas de cualquier forma de autoritarismo y fue un gran denunciador del fascismo. Asimismo ponderaba la libertad como la mayor riqueza humana, especialmente la libertad “en forma de rebeldía”.

En 1957 gana el Premio Nobel por su producción literaria y cuando muchos consideran que estaba en medio de su explosión artística, en 1960, Camus muere a los 46 años culpa de un accidente automovilístico. 

Albert Camus

La Peste fue publicada en 1947. La novela describe el desarrollo de principio a fin de una peste muy similar a la que Boccaccio describe en las primeras páginas del Decamerón del año 1352, pero esta ocurre en el pueblo de Orán, en Argelia y no en Europa, y cuenta los vaivenes de sus tres protagonistas los cuales son figuras muy representativas de tres vertientes de pensamiento: un médico, un periodista y un político. 

Los tópicos que dan sustento al relato son, en líneas generales, el confinamiento y sus consecuencias en las personas, los distintos dramas de los protagonistas, la naturaleza humana, la búsqueda de respuestas a los conflictos y, sobre todo, los dilemas éticos.

En su tiempo y a través de los años, (y hasta hace pocos meses atrás) cuando se analizaba esta obra lo más “cómodo” o lo más sensato, era trazar metáforas, es decir, correr el sentido de lo dicho, por ejemplo, la peste era el nazismo mirado como una epidemia política, o las pestes son ideológicas, o religiosas, la peste es la indiferencia, el egoísmo, la indignidad, los excesos, o incontables alegorías que pueden hacerse con base en distintas miradas. Lo que nadie imaginó es que La Peste podía resistir una lectura literal, es decir, que era, sin más, de punta a punta, la descripción de una peste.

Cuadro El triunfo de la muerte de Pieter Brueghel el Viejo, h. (1562)

Como dije, he releído el libro en esta cuarentena no solo para tenerla presente, sino para poder descubrir otra cosa, para tener otra lectura, quería ver a dónde me llevaba esta vez y, para sorpresa mía, no me llevó a ningún lado, sino que me paró frente a un espejo y puso en blanco y negro todas y cada una de las realidades de nuestro presente, las cuales ejemplifico con extractos a continuacíón. 

Al principio lo negamos todo

Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas.

Los ciudadanos continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones. ¿Cómo hubieran podido pensar en la peste que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones? Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas.

Luego nos separaron

Madres e hijos, esposos, amantes que habían creído aceptar días antes una separación temporal, que se habían abrazado en la estación sin más que dos o tres recomendaciones, seguros de volverse a ver pocos días o pocas semanas más tarde, sumidos en la estúpida confianza humana, apenas distraídos por la partida de sus preocupaciones habituales, se vieron de pronto separados, sin recursos, impedidos de reunirse o de comunicarse.

Pero protestamos

Desde las primeras horas del día en que la orden entró en vigor, la prefectura fue asaltada por una multitud de demandantes que por teléfono o ante los funcionarios exponían situaciones, todas igualmente interesantes y, al mismo tiempo, igualmente imposibles de examinar. En realidad, fueron necesarios muchos días para que nos diésemos cuenta de que nos encontrábamos en una situación sin compromisos posibles y que las palabras “transigir”, “favor”, “excepción” ya no tenían sentido.

Y quisimos repatriar a los nuestros

Al cabo de unos cuantos días, cuando llegó a ser evidente que no conseguiría nadie salir de la ciudad, tuvimos la idea de preguntar si la vuelta de los que estaban fuera sería autorizada. Después de unos días de reflexión la prefectura respondió afirmativamente. Pero señaló muy bien que los repatriados no podrían en ningún caso volver a irse, y que si eran libres de entrar no lo serían de salir.

Y luego nos resignamos

Entonces comprendíamos que nuestra separación tenía que durar y que no nos quedaba más remedio que reconciliarnos con el tiempo. Entonces aceptábamos nuestra condición de prisioneros, quedábamos reducidos a nuestro pasado, y si algunos tenían la tentación de vivir en el futuro, tenían que renunciar muy pronto.

Y nos preguntamos cuánto duraría todo esto

Los ciudadanos se privaron pronto, incluso en público, de la costumbre que habían adquirido de hacer suposiciones sobre la duración de su aislamiento. ¿Por qué? Porque cuando los más pesimistas le habían asignado, por ejemplo unos seis meses, y cuando habían conseguido agotar de antemano toda la amargura de aquellos seis meses por venir, … una noticia dada por un periódico, una sospecha fugitiva o una brusca clarividencia les daba la idea de que, después de todo, no había ninguna razón para que la enfermedad no durase más de seis meses o acaso un año o más todavía.

Y la economía se derrumbó

Pero en los muelles, las grandes grúas desarmadas, las vagonetas volcadas de costado, las grandes filas de toneles o de fardos testimoniaban que el comercio también había muerto de la peste.

Y hubo quienes especularon con la desgracia

Cottard le contó que un comerciante de productos alimenticios de su barrio había acaparado grandes cantidades, para venderlos luego a precios más altos, y que habían descubierto latas de conservas debajo de la cama cuando habían venido a buscarle para llevarle al hospital.

Y hubo historias increíbles 

Se decía, por ejemplo, que en el centro, una mañana, un hombre que empezaba a presentar los síntomas de la peste, en el delirio de la enfermedad se había echado a la calle, se había precipitado sobre la primera mujer que pasaba y la había abrazado gritando que tenía la peste.

Y el autoritarismo llegó

Es cierto, en todo caso, que el descontento no cesaba de aumentar, que nuestras autoridades habían temido lo peor y encarado seriamente las medidas que habrían de tomar en el caso de que esta población, mantenida bajo el azote, llegara a sublevarse. Los periódicos publicaron decretos que renovaban la prohibición de salir y amenazaban con penas de prisión a los contraventores. Había patrullas que recorrían la ciudad. Cuando la patrulla desaparecía, un pesado silencio receloso volvía a caer sobre la ciudad amenazada.

Y hubo varias visiones sobre el heroísmo

Sin embargo, es preciso que le haga comprender que aquí no se trata de heroísmo. Se trata solamente de honestidad. Es una idea que puede que le haga reír, pero el único medio de luchar contra la peste es la honestidad….en mi caso, sé que no es más que hacer mi oficio.

Y nos dimos cuenta de que la única manera de salir era todos juntos 

Ya no había destinos individuales, sino una historia colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todo el mundo.

Sin embargo hubo comportamientos reprobables

La mayor parte de las veces, una ocasión súbita llevaba a personas, hasta entonces honorables, a cometer acciones a veces reprensibles que fueron pronto imitadas.”

Y llegó lo peor

Llegó a suceder que los féretros fueron escasos, faltó tela para las mortajas y lugar en el cementerio. Hubo que reflexionar. Lo más simple, siempre por razones de eficacia, fue agrupar las ceremonias y, cuando era necesario, multiplicar los viajes entre el hospital y el cementerio.

“Sabía también que si las estadísticas seguían subiendo, ninguna organización, por excelente que fuese, podría resistir; sabía que los hombres acabarían por morir amontonados y por pudrirse en las calles.

Y la peste nos agobió

Y es que nada es menos espectacular que una peste, y por su duración misma las grandes desgracias son monótonas. En el recuerdo de los que los han vivido, los días terribles de la peste no aparecen como una gran hoguera interminable y cruenta, sino más bien como un ininterrumpido pisoteo que aplasta todo a su paso.

Y nos vimos hablando detrás de las máscaras

“Cada vez que uno de ellos hablaba, la máscara de gasa se hinchaba en el sitio de la boca. Esto hacía que la conversación resultase un poco irreal, como un diálogo entre estatuas.

AFP

Y hubo quienes creyeron en profecías y predicciones (como este post)

Otros establecían comparaciones con las grandes pestes de la historia buscando similitudes …pretendían sacar enseñanza para la presente. Pero los más apreciados por el público eran sin disputa los que en un lenguaje apocalíptico anunciaban series de acontecimientos que siempre podían parecer los que la ciudad iba experimentando y cuya complejidad permitía todas las interpretaciones. Nostradamus y Santa Odilia eran consultados a diario y siempre con fruto. Lo que había de común en todas las profecías es que, en fin de cuentas, eran todas ellas tranquilizadoras. Sólo la peste no lo era.

La salida

En esa semana las estadísticas bajaron tanto que, después de una consulta con la comisión médica la prefectura anunció que la epidemia podía considerarse contenida. El comunicado añadía que por un espíritu de prudencia…las puertas de la ciudad seguirían aún cerradas durante dos semanas y las medidas profilácticas mantenidas durante un mes. En este período, a la menor señal de que el peligro podía recomenzar, “el status quo sería mantenido y las medidas llevadas al extremo”.

Nuestros conciudadanos se desparramaron por las calles iluminadas, bajo un cielo frío y puro, en grupos ruidosos y pequeños.

Las tristezas y las alegrías

Pero las familias que tenían que quedar más ajenas a la alegría general eran, sin discusión, las que en ese momento tenían un enfermo debatiéndose con la peste en un hospital, o las que en las residencias de cuarentena o en sus casas esperaban que la plaga terminase para ellas como había terminado para los otros.”

Sin duda, la peste todavía no había terminado y aún tenía que probarlo. Sin embargo, en todos los ánimos, ya desde muchas semanas antes, los trenes partían silbando por vías sin fin y los barcos surcaban mares luminosos.

Y la gran enseñanza final

El doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.

Como habrán notado La Peste finalmente no era solo una metáfora, y diría que impacta la exactitud de su literalidad. Honestamente no creo en las lecturas obligadas, sí en las lecturas inspiradas y es por eso que recomiendo la lectura o relectura de La Peste en estos tiempos porque impresiona la dimensión filosófica que aborda, pero además porque habla de nosotros, de gente que era feliz y que ya no lo es, de personas en conflicto con uno, con los demás y con todo lo que lo rodea. Habla de la humanidad llevada al extremo, de valores universales, de la justicia, de la fé y de cómo y con qué herramientas se para el humano frente a una adversidad descomunal y desconocida.

Para terminar solo dejo un pequeño extracto del texto “Exhortación a los médicos de la peste”, también de Camus, el cual supuso ser el germen del libro, en donde nos deja una frase que nos hace falta hoy más que nunca.

No harán excepciones a las normas durante todo el tiempo que estas sean útiles, ni siquiera cuando el corazón los apremie. Se les pide que olviden un poco quiénes son, sin olvidar jamás lo que se deben a ustedes mismos.

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